CRÓNICAS DE RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

RESCATADO DE LA MUERTE EN EL HOSPITAL NEGRÍN

Nunca había estado hospitalizado más de 24 horas. Sucedió en dos ocasiones, una en la Clínica de La Paloma y la otra pocos meses depuén en la Clínica de Santa Catalina por sendas operaciones de hernia inguinal tras mi paso por la casa de Chago en el Barranco de Guiniguada, donde vívi unos meses tras regresar a la patria después de cuarenta años de ausencia. Estaba viviendo en los Arpatamentos Astorias (una locura a escasos metros de la playa de Las Canteras lleno de gente de cien nacionalidades, escándalos a todas horas) y acepté la invitación de vivir en su casa rodeado de riscos y plantaneras, un pequeño edén con la catedral en el horizonte. Chago era una bestia trabajando, arando la tierra, arrastrando pedruscos enormes, y yo no me iba a quedar atrás a pesar de estar desacostumbrado. Un día me quedé varado con la carrucha hasta los topes. Primero un aviso en la rodilla izquierda y poco despúes las dos hernias. Me despedí de las noches cenando bajo el brillo de las estrellas y me instalé en una pensión de la calle Buenos Aires hasta su cierre tres años más tarde. Descubrí la casa rural del entonces alcalde de Firgas, Manolín Báez, que alquilaba a modo de hotelito y para allá me fui. La casa estaba en Buen Lugar, a medio camino entre Arucas y Firgas. Junto a la misma había una gasolinera, un bar en la esquina y media docena de casas, y alguna novelera tras los visillos. Un día cuando cogí la guagua para bajar al Centro Comercial Las Arenas a hacer la compra de la semana, un vecina de popa generosa y metida en lustros se sentó a mi lado. Me apretujó sin derecho a réplica por mi parte. Rápidamente pegó la hebra. Dijo: "Su novia es mucho más joven que usted". Se refería a una amiga de Las Palmas de Gran Canaria que algunos fines de semana me hacía compañía mientras cenábamos en el patio. Frío y lluvia frecuente en Firgas. Terminé regresando a la capital y me instalé en el Barrio Lugo, donde casualmente había nacido. El Barrio Lugo, a pesar del trapicheo de drogas y la prostitución importada en Molino de Viento y calles adyacentes, es uno de los barrios mejor situados de la ciudad entre la Comandancia de Marina y el campus universitario y la subsede del gobierno regional de Canarias. Desde hace décadas se expandió hacia la Ciudad del Mar como se conoce el terreno conquistado al oceáno Atlantico. Grandes edificios, modernas tiendas comerciales, bares, caferías y restaurantes con amplias terrazas. Y finalmente el paseo marítimo (diez kilómetros para caminar o correr entre la playa de Las Alcaravaneras y la playa de La Laja donde un montón de gente imprudente se ha dejado la vida). El Barrio Lugo es el sitio indicado para echarse novia; casarse como Dios manda y tener media docena de chiquillos. En eso ando.

Siete de la mañana. Estaba preparando el desayuno en la cocina. De repente empecé a perder la verticalidad. Algo dije que acudieron mis convecinos. Ella me sujetó sentado en una silla mientras el marido arrastró un sillón del comedor donde me sentaron. Recuperé el conocimiento a medias. "Enseguida viene la ambulancia", escuché. Perdí el conocimiento. LLegaron un médico y dos técnicos en emergencias sanitarias. Me preguntaban que cómo me llamaba, que dónde estaba. Lo recuerdo vagamente. Me bajaron por la escalera (vivo en un tercer piso sin ascensor) en una silla de ruedas. En medio de la calzada estaba la ambulancia y detrás un coche patrulla de la Policía Local. Pusieron la sirena y cruzaron hasta la Avenida Marítima para enfilar el túnel de Luengo. En un periquete llegamos al Hospital Negrín. Me estaban esperando y me instalaron inmediatamente en la Unidad de Oxígeno. Muchas pruebas durante varias horas hasta confirmar la existencia de un trombo entre el pulmón y el corazón listo para matarme. A media tarde me hospitalizaron en la habitación 408 bajo un estricto régimen de reposo absoluto (comer, cagar y dormir sin bajar de la cama). El octavo o noveno día me autorizaron a sentarme en un sillón y a dar pasitos por la habitación. Mi obsesión era quitarme el pañal y sentarme en la taza del baño por mi cuenta. Me aseaban en la cama. El quinto día más o menos me habían trasladado a Radiología. El radiólogo empezó a sondarme la pierna derecha. Enseguida descubrió el origen del trombo, una trombosis junto al pie. Recordé que menos de un año atrás había acudido a mi centro de salud por una dificultad al subir y bajar escaleras. La pierna derecha hinchada y las varices pronunciadas. La médico de cabecera me dijo que me tumbara en la camilla. Ni problemas de ligamento ni nada grave. Me recetó un antiinflamatorio que no dio resultado. Regresé a la consulta y le dije que si no podría ser algo de circulación. Me mandó a hacer estiramientos y a visitar un fisioterapeuta. Durante unos dos meses en mi casa estuve dándome masajes en la pierna de abajo arriba como había hecho la fisioterapeuta. Recuperé la capacidad de bajar y subir escaleras sin problemas, y me olvidé de todo. Cuando se lo expliqué al radiólogo, dijo: "Eso fue contraproducente porque esos masajes de abajo arriba provocaron la reacción silenciosa de la trombosis". ¿Un diagnóstico certero a tiempo hubiera evitado las complicaciones posteriores? No lo sé.

Una noche me despertó un dolor terrible. Apareció una auxiliar. "Duérmase, señor, relájese". "¡LLame a la enfermera, por favor!". Perdí el conocimiento. Según me dijeron más tarde estuvieron mucho tiempo tratándome de reanimar. En el cambio de guardia la enfermera María decidió trasladarme a la UCI. De ahí en adelante un montón de pruebas hasta confirmar la existencia de una triple hemorragia. Transfusión de sangre y derechito para el quirófano. Llegué practicamente muerto. Por la tarde me instalaron en el módulo 17 de la sección de Respiración en la Unidad de Cuidados Intensivos. A la mañana siguiente se presentó el médico Anselmo. Dijo: "Macho, anoche estuviste a punto de marcharte". En ese momento recordé una extraña visión cuando aún estaba en la habitación 408. De repente yo estaba en lo alto de la habitación mirando hacia mi otro yo que perrmanecía en la cama con los brazos en cruz. La mirada plácida. Ni miedo ni resistencia a marcharse lentamente. Mi yo de la cama se iba. ¿Adónde? Mi yo de arriba quería seguirlo para ver qué había más allá. No recuerdo nada más. Cuando días más tarde me bajaron de la UCi hablé tanto con Gema como Mónica interesadas en mi experiencia. Gema me recomendó el libro La muerte un amanecer de la doctora Elisabeth Kübler-Ross y Mónica que escuchara al doctor Manuel Sans Segarra.

En la UCI estuve diez días, una pesadilla porque al tercer día ya estaba listo para bajar de nuevo a la planta cuarta, pero no había cama, "Quien va a Sevilla pierde la silla". ¿Cómo que no hay cama si yo ya estaba hospitalizado? Diez días acostado en la misma posición, sin beber agua (por no sé qué razón médica) ni apenas dormir. Toda las noches las luces encendidas; el ruido de los aparatos electrónicos y los enfermeros de guardia hablando delante de los monitores. El quinto día el médico José Antonio me dijo: "Rafael, dentro de una hora te bajamos". Mi gozo en un pozo porque el médico Juan Luis me comunicó lo contrario. "Hemos descubierto que te has contagiado de neumonía y hasta que no estés curado habrá que aplazar el traslado". Sucedió a la semana siguiente. De mi estancia en la UCI sólo recuerdo con satisfacción la conversación que mantuvimos la enfermera Ana y yo la primera noche. Hablamos de psicología; novela negra y Tomás Morales ya que ella vivía en Moya, donde nació el poeta del "Atlántico Sonoro". Le aconsejé que en la Casa Museo de Tomás Morales buscara el retrato de Alonso Quesada pintado por Manolo Millares. "Ese retrato tiene un secreto".

De regreso a la planta cuarta me instalaron en la habitación 412 aquejado de daño en la vista (aún hoy sigo con molestias); un estreñimiento atroz y la inmovilidad de las piernas. Llegué a pensar que me podía quedar inválido. Sin embargo poco a poco gracias a la paciencia del fisioterapeuta Norberto empecé a ponerme de pie y dar pasitos con el tatacata hasta lograr moverme cuando iba al baño con la ayuda del personal de la planta. Una noche activé la alarma y se presentó Mayte, a la que hasta entonces no la había visto. "Necesito ir al baño". "¿A las tres de la mañana?". "¿Usted cree que puedo darle órdenes a mi cuerpo a que hora cagar?". Como siguió rezongando, le dije: "Mañana hablaré con quien corresponda para ver si sólo debo cagar en horas de oficina". "Hable con quien le de la gana". Finalmente me ayudó a llegar al baño, máxime porque yo tenía sondada la vejiga y me faltaban manos para cargar la bolsa y apoyarme con la mano izquierda a donde pudiera y con la derecha a su mano. Cuando regresé del baño, le dije: "A usted quisiera verla en una residencia de ancianos". "Estuve trabajando ocho años en una residencia y cuando me marché los ancianos se echaron a llorar". Típica reacción del tirano o maltratadora estudiada en psicología como proyección psicológica para intentar reflejar en el otro su propia personalidad negativa.

Cuarenta y ocho horas después la doctora Mercedes Medina ordenó que me administraran un enema. Regina me metió por el ano la perilla de toda la vida y poco después hizo efecto. Las heces petrificadas se movieron hacia el final del intestino grueso, pero la "piedra" se atascó en el ano provocándome un dolor infernal. Ni para atrás ni para adelante. Mis gritos se escucharon en toda la planta. Apareció el médico de guardia acompañado de Paloma y Ahinoa. Tuvieron que hacer un orificio en el "pedrusco" y halar hacia fuera. Quedé desfallecido. Dos días más tarde aún no me había recuperado.

La primera noche hospitalizado en la habitación 408 tuve que pedir auxilio porque quería orinar pero no podía. La enfermera Ana (no confundir con Ana de la UCI ) sin consultar a ningún médico me sondó la uretra provocándome un traumatismo. Tres días estuve orinando sangre y nadie me daba ninguna explicación. El cuarto día la enfermera María localizó a la uróloga Ligia y remedió en parte la metedura de pata de Ana. Desde ese momento estuve con la vejiga sondada para evitar que la uretra trabajara, que, con el tiempo, terminó restaurándose. Varios días después de bajar de la UCI la doctora Mercedes Medina ordenó que me retiraran la sonda dado el tiempo transcurrido. Hubo una reacción que la enfermera Arminda llamó "globo" y volvió la obstrucción de la uretra. Dolor como la primera vez. Arminda llamó al médico de guardia, éste consultó por teléfono con un urólogo y con las instrucciones facilitadas Arrminda recibió la autorización de sondarme la vejiga. Extrajo casi un litro de orina. Alivio total. Agarré las manos de Arminda y le dije: "Beso tus manos". El doctor, Librada, María, Arminda y Nati sonrieron. Apagaron la luz y dormí como un lirón hasta las seis de la mañana.

Casi dos meses después de haber sido ingresado en el hospital me dieron de alta, y volví a dormir en mi camita.

Antes de terminar estas líneas quiero manifestarles mi eterno agradecimiento a Regina, Rebeca y Gustavo; a María (me declaro devoto suyo); a Lidia, Raquel y Librada; a Héctor; a Eli, Lucía, Encarna, Gema, Mónica, Cristina S y Yolanda; a Eric y David; a Norberto, el fisioterapeuta que me enseñó a caminar de nuevo; a Mercedes Medina; a Rita y Yessica; a Laura; a Ruth, Celia y Lucrecia; a Dunia, Minerva, Vanessa, Arminda, Kiomi, Helena y Noelia; a Edgar el músico-animador que nos dio un concierto en la habitación. Nunca podré olvidarlos.


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RAFAEL SÁNCHEZ ARMAS

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